Por: amigos de Diana.

Sin duda, se afanó especialmente en escudriñar en las más recónditas cocinas de México, en observar ingredientes y procedimientos, en aprender la sabiduría ancestral de las cocineras del país y en darle un papel de primer nivel a la comida que más amaba. Sólo le faltaron siete meses para llegar a la edad en que, prometió hace unos años, había decidido que fuera la ideal para haber realizado todo el trabajo que aún tenía pendiente: a los 100 años.

Diana se fue el 24 de marzo, tranquilamente, siete meses antes de llegar a su propia meta.

Quizá cuando visitó por primera vez México en 1957 no sabía que un cordón umbilical había comenzado a formarse. Era la esposa de Paul Kennedy, corresponsal del New York Times en México, América Central y el Caribe, y apenas empezaba a encariñarse con el aroma de los chiles, las textura de los moles, la sorpresa en el bocadillo a lado y la infinita variedad con la que su naturaleza inquieta y despierta era sorprendida en cada uno de los kilómetros que debió recorrer para conocer un país que 12 años después, haría suyo.

Luego de la prematura muerte de su esposo, comprendió en 1969 que su lugar en el mundo era el país que la había conquistado con sus sabores y el secreto de las combinaciones de ingredientes que creaban magia. Así recorrió desde Chihuahua a Yucatán todos los mercados que encontró a su paso, manejando su camioneta “estaquitas” estándar y sin dirección hidráulica, con su cámara, un cuaderno de apuntes, un catre, cafetera, pala y algunos botes para agua y mezcal.

Podía estar entre los chilares de guajillo en Juchipila, Zacatecas, o entre las cimas agaveras de Matatlán, Oaxaca, pero jamás dejaba a un lado también su termo, para el infaltable té que conservaba la tradición inglesa de su cuna. Se convertía entonces en la entrañable Diana Southwood, esa niña inglesa hija de padre vendedor y madre maestra de escuela quienes en su natal Loughton, Exxex, en el Reino Unido, le enseñaron el amor a la naturaleza y la riqueza del campo.

Activista contestataria, defensora absoluta del medio ambiente, Diana Kennedy fue y sigue siendo el mejor ejemplo del cuidado del medio ambiente y su biodiversidad. Es claro para quien haya podido visitar la Quinta Diana, la extraordinaria finca autosustable construida por ella en Zitácuaro, Michoacán, el más puro ejemplo de la conservación de la naturaleza, mucho antes de que palabras como sostenibilidad o permacultura comenzaran a ponerse de moda.

Además de su legado recopilando las plantas comestibles y la biodiversidad del país, mismo que puede consultarse en la página de la Conabio (Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad) www.conabio.gob.mx,
el gran tesoro dejado a su paso por el mundo está en los libros que recopilan el resultado de sus más de 50 años de viajes por México, entrevistando y aprendiendo de todo tipo de cocinaros del país, a quienes siempre dio crédito por sus aportaciones. Editados y reeditados, algunos de sus títulos más reconocidos son, el primero, “Las cocinas de México”, y luego casi una decena más, como “Nothing Fancy” (traducido al español como “Recetas del alma”), nominado como documental del mismo nombre en 2020, “El arte de la cocina mexicana”, “México, una odisea culinaria” y “Oaxaca al gusto”, resultado de más inumerables viajes al extraordinario estado del sureste donde recopiló recetas en cada una de sus siete regiones, el cual recibió el premio al mejor libro de cocina The James Beard Award en 2011.

Recibió numerosos reconocimientos por su incansable labor, como el Orden del Águila Azteca por parte del gobierno mexicano y, en su patria natal, la pertenencia a la Orden del Imperio Británico. Pero lo más seguro es que su mayor galardón sea el de los miles de seguidores –entre ellos, numerosos y reconocidos chefs– que reconocen su labor inagotable en pro de la conservación de la naturaleza que nos regala los ingredientes para crear los platillos que jamás deberían desaparecer de nuestras mesas.

Aunque nunca se consideró una escritora, la llamada “gran dama de la cocina mexicana”, dejó un legado en papel y tinta que habrá de seguir inspirando a muchos para seguir sus consejos y, ojalá, su incansable labor quasi antropológica a favor de los sabores de una tierra que amó y por la que luchó intensamente.